el club de los zapatos de goma (primera parte)



De todos los borrachos que viven en aquella ciudad, el viejo del hilo de barba blanca que siempre esta en el mismo banco de piedra, es el elegido por un grupúsculo de filósofos nocturnos. Suelen sentarse alrededor y a el no parece importarle, a veces entra en la conversación con una frase corta y se hace el silencio, de alguna manera suele dar nuevas alas al pensamiento, vías al debate.
Algunas noches desaparece, entonces se parecen a un velero sin vela, aun así ellos tejen y reman.
Tejen sobre cosas como las genovas y las posibilidades de naufragio en la Melanesia o sobre la posibilidad de cruzar el cabo de las tormentas en un kayak.
Hoy es Lunes, el periódico no trae buenas noticias, sobretodo porque habla de un mendigo apuñalado en una pelea absurda y el grupo no quiere hablar. Amanda no para de temblar y de decir que no puede ser. Deciden salir esa misma noche y buscar al viejo, el de los ojos que tienen debajo un año entero sin dormir. Finalmente aparece y parece sonreír cuando los ve llegar, todos le rodean y se sientan en circulo. Hoy se habla de la posibilidad de que las hormigas alberguen sentimientos, teniendo en cuenta la relatividad espacial, en cierto modo un cerebro grande o pequeño no deja de ser también relativo. El viejo los mira con los ojos muy abiertos y da  un trago largo a su botella de ron:

—¿alguno ha visto de cerca alguna vez un hormiguero? si observáis con atención, si os acercáis lo suficiente os daréis cuenta de que ellas levantan sus pequeños colmillos y también os miran, durante una décima de segundo, ellas saben que estáis allí.

Se hace un silencio, y cada uno a su manera se esta imaginando visto desde los ojos de una hormiga.









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