Abracadabra (segunda parte)






Junto a la carretera, había desde tiempos inmemoriales una casa con un pequeño pozo. Los mayores contaban que la casa no daba sombra, no importa donde estuviese el sol. Los propietarios habían intentado alquilarla una docena de veces pero siempre ocurría lo mismo. La primera noche los inquilinos veían teñirse de sangre las paredes, en la cocina los muebles se movían solos y los cuchillos volaban para acabar clavados en la pared. Se escuchaban llantos inexplicables y por esto las estancias no solían durar hasta mas de las dos de la mañana, hora en la que los nuevos habitantes salían despavoridos rumbo probablemente a la comisaria mas cercana. Esta historia que llegaba hasta nuestros oídos infantiles en noches junto al fuego, convertía aquel lugar en una atracción irresistible. Subimos al tejado del castillo del abuelo y desde allí, asomando con pánico los ojos miramos hacía la casa encantada. Allí seguía (claro) con sus ventanales de madera rotos y su pozo al que se contaba daba mala suerte asomarse a mirar. En aquel momento juro que escuchamos un aullido larguísimo que procedía sin lugar a dudas de aquella morada infernal. Corrimos escaleras abajo y no paramos hasta estar todos bien protegidos ¡debajo de una manta!. Desde nuestro refugio planeamos el siguiente paso y nos fuimos a cenar tras oír otro aullido esta vez mucho mas agradable.




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