Abracadabra (quinta parte)



La puerta se cerró detrás de nosotros y tras esto vino un silencio espeso. Allí estábamos los tres, casi inmóviles, en una casi total oscuridad, que solo quebraba una pequeña abertura cuadrada y cuya luz caía en diagonal sobre el suelo, lleno de periódicos. Me agache y leí la fecha de uno de ellos:

—doce de septiembre de mil novecientos setenta y nueve. Bueno, ahora ya no hay marcha atrás, debemos seguir adelante, porque esta puerta no parece querer abrirse —Hice amago de abrir la puerta y ciertamente algo de resistencia si que había.
—¡Yo me voy!
—Manolo aguanta un poco ya estamos dentro y yo no veo fantasmas.

A nuestra derecha un pasillo parece dar a un salón. Enfrente de nosotros la habitación y la pequeña ventana y un hacha que Carlos coge para defenderse.
Avanzamos por el pasillo poco a poco, yo me había agenciado unas tijeras de podar y Manolo iba el ultimo armado con...
—Manolo no puedes defenderte con un desembozador, coge otra cosa que por aquí hay muchas.
Cogió un ladrillo y continuamos.

Llegamos al salón principal, a nuestra izquierda una escalera subía hasta el piso superior, enfrente de nosotros una mesa con pequeñas cajas.

—¡Mirad! cartuchos de escopeta, hay un montón — dije guardándome algunos en el bolsillo—.

De repente Manolo ya no estaba, solo oímos un portazo y Carlos y yo nos quedamos solos mirando como en una de las paredes un cuadro pendulaba casi con violencia, como si Manolo antes de irse lo hubiese zarandeado para asustarnos.
Iluminamos el cuadro con unas cerillas que encontramos. En el, se veían unos gitanos bailando alrededor de una hoguera, por alguna razón no se detenía y continuaba con aquel movimiento de vaivén.
Subimos la escalera, despacio, escalón a escalón. Allí abajo el cuadro seguía pendulando. En el piso superior había varias habitaciones con somieres metálicos muy antiguos y colchones podridos. En uno de los colchones descansaban las dos muñecas mas horribles que uno se pueda imaginar. Estaban hechas de hilos gruesos y los ojos estaban descosidos, aunque aun se advertían dos ranuras y en una de ellas todavía había un botón. En un armario encontramos muchísimos juegos antiguos. Así estábamos entretenidos con las antigüedades cuando oímos abrirse con un golpe sordo la puerta del piso inferior.

—¡HIJOS DE PUTAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!! OS ARRANCARE LA CABEZA!! (claro que lo dijo con tal perfecto uso del Valenciano que siempre será necesaria la traducción)

Carlos se escondió tras de una puerta y yo debajo de la cama (si, y la muñeca no andaba lejos). Desde mi escondite, podía ver a mi amigo con el hacha en la mano.

Lo que pensamos sin duda que debía de ser el dueño avanzaba rápidamente y ahora subía por las escaleras. Entro en nuestra habitación, abrió con un portazo y de milagro mi amigo cabía perfectamente entre el angulo muerto de la puerta y la pared. En cuanto tuvimos la certeza de que estaba en la habitación mas alejada vi a Carlos literalmente tirarse por la ventana. Yo llegue al piso de abajo y como la puerta no se abría me escurrí (aun no se como) por la pequeña abertura. Corrí y corrí sin mirar atrás hasta el pueblo siguiente para acabar escondido en los baños de un conocido restaurante.

Ya por la tarde y aun con el miedo en el cuerpo nos encontramos los tres.

—Joder Manolo vaya susto lo del cuadro de los gitanos... casi nos da algo —Le dije acordándome de pronto.
—¿De que cuadro hablas? Corría porque vi a alguien asomado a la puerta al final de la escalera.
—Carlos y yo nos miramos un momento y supimos que nunca mas volveríamos a acercarnos a aquella casa maldita.







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