La guitarra de Paula









A lo largo de todos estos años de aprendizaje he tocado ya en muchísimos lugares, no exagero si os digo que me acuerdo de cada pueblecito donde he dado un concierto. Digamos que ahora os voy a contar como era tocar en Granada por ejemplo.

Ya había estado muchas veces allí, hacia unos cinco años que había pasado de dedicarle un rato al día a mi guitarra a dedicarle prácticamente el día entero. Todo empezó cuando caminando con mi amigo José por una callejuela vimos a una chica sentada en un amplificador tocando una música que parecía salir de algún lugar mas profundo que sus dedos. Sus ojos eran como el oceano, muy su paz inundaba toda la callejuela. Me esperé a que terminase de tocar y le pedí que me enseñase algo o me diese algún consejo para tocar así. Me aconsejo que buscase un libro y empezase a practicar mas seriamente, mas con el alma. Le agradecí y la deje allí sonriendo de una manera extraña, calmada, como si supiese que los relojes están equivocados, mientras colocaba sus dedos sobre las cuerdas. Ahora se que probablemente mientras hablaba conmigo pensaba en que podría tocar a continuación.

Y aquí estoy yo, cinco años después despertándome en mi caravana quitándome las legañas y encarando el barranco del abogado camino de cualquier sitio donde pudiese dar el primer concierto del día. Cargaba con un amplificador de unos diez kilos que requería de una paciencia infinita en las infinitas cuestas de Granada.

Llego a una pequeña plaza, me siento en el amplificador y toco algo de mi repertorio, Bourré de J.S Bach, preludio Lagrima y probablemente Adelita, ambas de Francisco Tarrega.

Descanso un rato mirando al río y a los gatos que habitan sus orillas, un chico se me acerca y me ofrece fumar, fumamos juntos y me dice que esta noche hay un concierto, que se trata de recaudar fondos porque hay una chica que se enamoro de un ruso y por lo visto quieren deportarlo a Rusia, el dinero servirá para pagarle un billete de vuelta ya que el se encuentra en Turquía y para que se puedan casar, cosa que impediría que lo volviesen a deportar, no se si entendí muy bien la historia pero me quedo interesado y con ganas de asistir al concierto. -Te digo esto porque me has recordado a ella cuando te he visto tocar, tienes que conocerla, es increible, creo que os llevareis bien, en serio ven esta noche al concierto, es una buena causa.

Aquel día fue demoledor y a las nueve de la noche estaba de vuelta en mi caravana durmiendo como un angelito, caído sobre un libro de tantra incapaz de mantener los ojos abiertos.

A la mañana siguiente me levante y me dirigí de nuevo al río, resulta que para tocar tenia que hacer cola, pero era maravilloso observar a los artistas que allí se juntaban haciendo su espectáculo.

El primero en actuar siempre era un hombre enorme y redondo de Rumania, con un gran bigote y una expresión afable pero seria que llegaba a eso de las siete y media de la mañana. Le bautizamos como "el señor potato". Daba buenos consejos y se tomaba su trabajo con una profesionalidad asombrosa.

En el momento en el que consideraba que tenía suficiente gente delante se adelantaba con su violín tras conectar la orquesta grabada en su altavoz. Podrias imaginar que delante de el tenía un gran teatro donde no cabía un alma. 

Terminó entre una gran ovación de los turistas congregados. 
Mientras el tocaba yo estaba sentado en un banquillo estudiando un pequeño fraseo en un papel recortado de "capricho arabe". Mas que estudiar batallaba incansable. No entendía muy bien como darle el ritmo a aquel maldito trocito.

Dejábamos una media hora entre artista y artista balizando bien la zona donde podían verse los bártulos del siguiente en actuar. Tras el señor potato observe que alguien había colocado un carrito de bebe con un amplificador y una silla, mire alrededor y la vi.

Allí estaba, cinco años después aunque yo aun no lo sabía, me di cuenta de que era ella mientras hablábamos y se lo dije: -Tu eres aquella chica que tocaba en la calle hace cinco años, me diste un consejo y lo seguí, de hecho ¿sabes que? - y me fui hasta mi carrito y saque aquel libro que ella me había aconsejado estudiar. Desde hacía cinco años lo abría un rato todos los días. Quedo un rato mirándome y me abrazo sin decir nada para luego añadir 
-¿y entonces vas a tocar aqui? 
-Si ¿tu vas a tocar ahora? 
-Si
-¿que vas a tocar?
-Pues voy a tocar capricho árabe.
Si Dios me hubiese soplado en el oído "mira, escucha y aprende" habría sido lo mismo.

Me senté en el banquillo totalmente concentrado a cada nota, humilde como un niño ante la primera picadura de una  abeja.

Continuará...


























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