El violinista y la Luna (segunda parte)




El violinista tocaba y tocaba sin parar, creo que si la memoria no me falla tocaba y hablaba a la vez. Hablaba con la Luna. La luna me miro de pronto y en ese peculiar idioma ininteligible me dijo mientras me clavaba aquella mirada seria, fría, llena de ternura:
-Tu no se si me entiendé lo que yo te quiero desí - y entonces volvió los ojos un segundo hacia el violinista, ajeno a todo alrededor - pero tu tiene que sabé que é lo que yo te quiero desí.
Quede anonadado por su claridad y de pronto ella se levanto de golpe diciéndole al violinista:
nosotro noh vamoh, ale, hasta otro día. Mientras nos alejabamos pude ver como el violinista dejaba lentamente de tocar y colocaba en la funda su violín, miro un momento hacia el río, me pareció que suspiraba y sus manos buscaban algo, alli estaba entre la hierba su bolsita de hachis.

Seguí a la luna y nos internamos en la Córdoba que de otro modo me habría pasado inadvertida, por lo visto ella era escultora. Me llevo a un local pero yo no tenía fuerzas para nada mas que para dormir, todo el día cargando con una mochila de veinte kilos eran demasiado para mi y me quedaban pocas ganas de fiesta. Así que me llevo a su casa, subimos en el ascensor y se me ocurrió preguntarle:

-¿vives sola verdad?
-si claro, vivo sola

Una vez en su casa fui directo al baño, efectivamente había no menos de seis cepillos de dientes y empezaba a estar un tanto inquieto, era tarde para salir corriendo así que me tumbe en el sofá y me quede dormido. No se si lo soñé pero me parece recordar que llegó sobre las tres de la mañana y me desperté con sus manos acariciando mi pelo, con una mirada hermosa y una gran sonrisa:
-¿niño, no prefiere dormí en una cama?  te voy a poné una cansione que te van a gustar

empezo a sonar una musica buenisima, que me ayudo junto con el aroma del incienso alrededor a levantarme riendome y ponerme a bailar, todavía medio dormido. Pasada esa vigilia bailarina me deje caer en una gran cama que había al fondo de la casa, en mi cabeza rondaba una idea.

Me levante a las 7:30 de la mañana, cogí mi mochila, le di un beso en la nariz y me largué de aquella casa pensando que era probable que no la volviese a ver, y en un susurro me dejo caer unas palabras:

A las ocho en el Juan XXIII.


Y a las ocho allí estaba yo con mi mochila que ya no sabía donde meterla, y a las ocho y media allí estaba ella bailando la ley innata, y alli estabamos los dos dando vueltas en el filo entre el humo del hachis y el otoño del demonio, como la luna sobre las agujas de los rascacielos, y una racha de viento nos visito...















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