La delicadeza, los años, la guitarra... (Primera parte)





Mi primera guitarra fue una Prudencio Saez de cedro y palosanto que dormitaba llena de polvo tras un mueble durante años. No tenía clavijero (el clavijero es a donde van enganchadas las cuerdas y desde donde se les da la tensión) tampoco tenía cuerdas y yo no tenía paciencia pero estaba decidido a aprender. Se me olvidaba, tampoco tenía puente. La saque de su letargo y empece a buscar todas las piezas que le faltaban, camine arriba y abajo por la ciudad y en cosa de cinco horas ya tenía lo que me faltaba (parece increíble lo difíciles que son ciertas cosas de encontrar) ahora debía aprender a colocar las cuerdas... He de ser sincero, me dolía la cabeza, no estaba acostumbrado a tanta concentración ni a estar tanto tiempo sentado. Con los años he llegado a la conclusión de que la guitarra, el zen y el tiro con arco están íntimamente ligados, pero en aquel momento solo podía intuirlo. Era el tiempo de los conciertos, era el tiempo de no dormir, de hacer el amor tirados en la calle entre dos coches. Era el momento del rock and roll y de los trenes, y allí donde yo iba, conmigo iba la guitarra. Tanto trajín y tanta inconsciencia acerca de la madera y de los barnices, del proceso de construcción matemático, casi mágico, tantas ganas y tantos viajes hicieron que la pobre envejeciese demasiado temprano. Aun estoy esperando a tener suficiente dinero (y suficiente poca vergüenza) como para llevarla a un luthier y soportar sus predecibles ojos llenos de espanto. No sabía nada, repito, acerca de la madera. Y así como no sabía nada de todo lo que concierne a mi instrumento, tampoco sabía nada en lo referente a mi propio cuerpo, a mi propia mente.

Tras esta guitarra tuve otra que duro aun menos, alguien le paso por encima durante una orgía, aquella vez tuve una especie de revelación y me vi tan roto como la pobre caja de resonancia, mas aun porque me había prometido cuidarla y llevaba algunos meses sin un rasguño (igual que yo). Un día conocí a Vicente en un café cultural. Vicente tiene los ojos azules y antiguos, que cuando oye hablar de la guitarra es capaz de convertir en dos océanos cuya atención fulmina como si tratase de un rector de universidad del siglo pasado. En la funda llevaba mi primera guitarra, a la que había aplicado masilla para madera en un intento de resurrección instrumental. Cuando la vio casi estuvo a punto de echarse a llorar, cogiéndola como a un bebe, sabía de alguna manera misteriosa que alguien la había olvidado probablemente dentro de un coche al sol, sabía que alguien había utilizado un producto inapropiado para limpiar el mástil, vio horrorizado la masilla para madera, sabía... por suerte el local era lo suficientemente oscuro como para que no viera mi cara roja como un campo de tomates. -¡Pero -dijo- Aun podemos hacer algo -y levantando un dedo del cual parecía que iba a salir un rayo que me achicharraría en cualquier momento - ahora hay mucha humedad en el ambiente! en una semana te llamare e iniciaremos la reconstrucción, Carlos, no olvides esto, tienes una joya. tienes una joya, no la vendas...


Nunca le llevé la guitarra, nunca me llamó, tal vez porque yo no tenía ningún teléfono a donde llamarme, la siguiente vez que me vio volvió a preguntarme por aquella maravilla, como un orfebre que una vez hubiese visto una joya inolvidable...




Continuará...

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