El espíritu del bosque






La estación le produce un hormigueo, le inunda por dentro haciéndole sonreír.

El reloj, bajo el que espera antes de partir es como una estrella brillando justo antes del alba.

Para ella es un placer respirar el aire de la madrugada azul.
No lleva muchas cosas. Una guitarra, una mochila y un verdadero almacén de plátanos y dátiles... ella ve un mundo desconocido en los caminos olvidados de su pueblo, en las enredaderas que cubren los antiguos refugios de pastores...




Últimamente le ha cogido el gusto a viajar sola, a encontrarse frente a la cascada perdida que sabe bien, la espera en un recodo. Las cien pozas cristalinas... todo ello le viene a la mente y a los labios bajo el reloj.

Para aquella aventura, su as bajo la manga es otra aventurera que le ha prometido un refugio durante su travesía. A veces se pregunta que hace una indígena Aymara en esas latitudes pero como no le encuentra ninguna explicación al rato se le olvida. Nadie sabe como llego hasta allí. Sin embargo allí esta, como una semilla traída por un pájaro.

Es un pueblo curioso y verdisimo donde el agua es la reina y discurre a lo largo de montes y de cuevas subterráneas.


La indígena Aymara la recibe con una gran sonrisa, en su casa, poco después parten hacía el lago por un camino de tierra que según cuenta la leyenda, hace dos mil años vio pasar mas de cincuenta elefantes. Abriéndose paso a machetazos llegan al salto de agua. Arriba los arboles espigados se cierran haciendo que la luz del sol parezca pasar por un tamiz.




Al día siguiente su amiga debe cuidar de su hermana, es un trabajo sagrado para el que necesita mucho tiempo.Ella no puede ver así que ella a veces tiene que ser sus ojos, y a veces sus manos o la voz que la guía.

Así que tendrá que adentrarse sola en el bosque esta vez, con su guitarra en la espalda. Atravesando las montañas...







—¿Como es posible que no conociese este lugar?— se pregunta a si misma mirando hacía las copas lejanas, sorprendida. absorta en el paisaje.













Al anochecer construye un pequeño refugio, últimamente se ha vuelto una experta, y tras cavar un hoyo y rodearlo de piedras como una pequeña torre, se queda dormida dentro. Un extraño ser con cuernos de ciervo, aparece en el claro, su cuerpo parece humano pero parece que sus pies son los de una cabra. Toca una especie de flauta mientras la mira fijamente. Ella también lo mira, a unos ojos antiguos, muy antiguos. Ella siente un amor que nunca conoció, y se acerca al río: quiere ver sus propios ojos reflejados. En ese momento la flauta deja de sonar. La extraña mezcla de humano y animal se acerca y le pone una mano sobre el pecho.




De pronto sus pies se transforman en raíces y se clavan al suelo del bosque, con una mezcla de dolor y placer se siente penetrar en la tierra, se convierte en un roble. Sin embargo no siente ningún temor. Aquel ser baila a su alrededor, su música ancestral la envuelve y parece provenir de todas partes. Ella mueve sus ramas con el viento, en una hermosa y feliz totalidad.




La música vuelve a detenerse de golpe y de golpe ella vuelve a ser una mujer, frente a aquellos ojos que le están a punto de contar el terrible futuro del bosque. Esta vez tampoco tiene miedo, pero una tras otra las lagrimas le recorren el rostro y quiere gritar, gritar con todas sus fuerzas, saber que esta soñando. Detener el fuego que lo consume todo, todo lo que ama, todo lo que ella es en realidad, que la destruye.




En aquellos ojos amanece de nuevo gota a gota, y ve a algunas personas caminando sobre el suelo quemado. Llevan algo entre los dedos y se agachan una y otra vez. Todo el tiempo repiten la misma operación. Miles de personas recorren el bosque... ¿que están haciendo? —le pregunta en silencio a esos ojos que recuerdan a los de un ciervo. De pronto lo sabe, están plantando semillas.




Se despierta con un suave rocío cayendo sobre sus mejillas. Abre los ojos y mira alrededor. Por algún motivo decide volver descalza. Bajo sus pies siente ahora una leve palpitación indefinible. Mientras camina le parece escuchar una flauta entre las encinas, se gira buscando la procedencia pero solo ve pasar un ciervo a lo lejos.




—Debe tratarse de algún pastor— se dice.




De nuevo en casa de su amiga se quita la mochila y las dos se abrazan. Ella no puede evitar llorar, llora como si lloviese.




—¿Que te ocurre, te encuentras bien? ¿te ha pasado algo en el bosque? Oye ¿me escuchas? respira, vamos ¡cuéntamelo!




—He tenido un sueño muy extraño...




La Aymara sonríe, relaja los hombros, suspira mirándole a los ojos y le dice:




—La ultima vez que entre en ese bosque yo también volví descalza.

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