Cuatro mujeres y una madeja de hilo





Abnegada, negada, anegada, fango.
Por el suelo los brazos, por el barro los pechos, arrodillada.
Encorvada como cargando con el techo del mundo, escalera "A", cuarto piso, el cieno espera. Lunes para quien lo crea.

El metro se detiene, el niño rubio al brazo izquierdo, Pedrito en el derecho y en la espalda Eva que se duerme en un segundo, cruza las escaleras nadie entiende, como tira del carro, si el marido va hablando de fútbol por el móvil.

Silenciosa, aislada, alisando la tumba que le espera y una camisa nueva con el sol de frente, la mantilla negra, la peineta, el rosario, la catedral, el ángelus, la devoción, de rodillas por ideas ajenas.

En su casa si es que puede llamarse así, porque es un establo María Sabina desgrana las mazorcas, espanta a las gallinas con el pie. Se sienta con su "gran cigarro" en una pila de ladrillos. María es la cicatriz de los latigazos riendo a carcajadas, la mujer luz de día, la mujer que puede entrar y salir del reino de la muerte. Sabina es el hilo de una memoria antigua, la memoria prohibida, la mujer constelación Huarache. un hilo extendido hacia todas las mujeres, como una lluvia lenta, que baja deslizando hasta los pechos, limpiando el barro, las lagrimas, deshaciendo el techo del mundo, removiendo cieno y tierra, despeinando a los niños, dando gritos entre la niebla...
















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