La herida de Federico











Le dolía. le dolía tanto que ya se había olvidado del dolor... porque era mas que una cerilla entre las uñas, mas que un clavo, mas que una brasa ardiendo en el estomago, le dolía el ácido de un siglo sordo. Le dolían esas mujeres todas sometidas, encorsetadas hasta la vergüenza... le dolía el siglo de aquellos hombres todos vestidos de siglo, todos disfrazados de arlequín, aterrorizados por el hielo de Baviera sonriendo alegremente ante la boca de un cañon. Que sonreían, si, tras el enrejado de esos palacetes ridículos y coloridos con esos jardines que harían vomitar a cualquier bardo... Le dolía su dolor y tal vez no fueran solo las rodillas, quizá también se tratase del olor a pólvora sutil que todo parecía tener en su país.

Se aferraba a una idea, a una emoción, a su cabeza, a su sueño de peces en lo profundo de un pozo. Sabía en el fondo que su alma era lo único que poseía y le dolía mas si cabe ser amado solamente como un buen profesor...

Y quiso andar mas lejos que cualquiera, quiso intentar la vida secreta que empiezan quienes no tienen ya nada que perder; no es de extrañar que amase como solo saben amar los que han caminado tanto como para hablar el idioma de aquello que siempre parece callar...


Quizá vio mas dignidad, mas fortaleza, mas vida en aquel grito del caballo al que abrazaba tratando de salvar que en todos esos hombres holograma, quizá vio mas ternura en esos ojos asustados y salvajes y no esperaba en absoluto que su siglo lo entendiera...






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