La casa de la palmera





En algún lugar del cabañal, o mas bien justo al lado de la parada del tranvía que se llama "la cadena". En ese barrio marinero que resiste ahora y siempre al invasor, hay una casa con una palmera quemada, bueno, realmente ya no hay casa, hay un solar lleno de escombros rodeado por un muro y la gente no sabe lo que ocurrió allí, pues yo os lo voy a contar.


Recuerdo la primera vez que entré, también me acuerdo de como llegamos allí, siguiendo a unos chicos que llevaban detrás de las bicis carricoches de la compra atados concienzudamente y gafas de sol a pesar de ser la una de la mañana. Uno de los chicos usaba una pequeña mochila amarilla de esas que llevan los niños de parvulario y una nariz de payaso, el otro llevaba un tupe muy gracioso al estilo Elvis, la otra era una chica con cara de pocos amigos y extraños lazos en el pelo. Los seguimos atravesando toda la ciudad hasta que llegamos a la casa de la palmera. En aquel momento la verdad es que era sombría, sucia y estaba llena de trastos. Las grietas en las paredes y la fachada frontal ligeramente combada hacia delante no prometían una muerte digna. Entramos por un portón metálico y dejamos nuestras bicis a un lado, alguien había preparado un pollo con ciruelas de oscura procedencia para cenar y el olor llegaba hasta el salón. Me sorprendía el olvido en el que había acabado la pobre palmera, enredada en una malla verde y completamente a su suerte, levantando el suelo tratando de sobrevivir. Aquella noche no cené pollo, en aquel momento era vegetariano así que asalte la despensa de las frutas. A la mañana siguiente mas de uno vomitaba y juraba no volver a probar la carne...
Volviendo a la noche, dormimos en una especie de tarima elevada a tres metros del suelo (eran techos muy altos) que habían construido en una de las habitaciones y cuando todo estuvo en silencio (pues al lado de nuestra habitación ensayaba un grupo de punk) empezaron a llegar los mosquitos...
-¿oye tío que es ese ruido allí abajo?.
-Creo que son ratas.
-Mierda.
Por la mañana me desperté y me encontré de pronto en el patio celebrando nuestra supervivencia con algunos habitantes de la casa, en una especie de eufórico cántico tribal. Si, cada noche sentías que podía ser la ultima y esta sensación era general.
Con el tiempo la casa fue mejorando, cada vez la cocina olía menos  a cañería e incluso podías caminar por ella sin quedarte pegado al suelo. En el piso de arriba se colocaron unas maquinas de coser. Allí era donde se dejaba la ropa interesante que encontrabamos por la calle y esa habitación se convirtió en el taller de costura, que también lo era de meditación porque a veces entrabas y encontrabas a alguien con una tela en la mano, la aguja en la otra y completamente extasiado recibiendo el sol de la ventana y la brisa del mar, inmóvil con los ojos cerrados, como en trance.
También había una habitación dedicada a la pintura y el suelo era un hermoso mosaico de manchitas de colores.
Mi pasatiempo favorito era sentarme en un sofá cerca de la palmera, que cada día parecía revivir un poco mas, y tocar la guitarra durante horas o con mi amigo Mauri que siempre tenía alguna canción que enseñarme...
Allí aprendí a coser, a cocinar, a desatascar cañerías y que podías ir a prácticamente cualquier lugar del mundo extendiendo el dedo pulgar.
Al piso de arriba se accedía por unas escaleras y una vez arriba te encontrabas con un hermoso salón y un grande y peligroso agujero en el centro por donde te podías teletransportar a la cocina aunque tu no quisieras, lo malo es que lo mas normal es que llegases con cualquier parte del cuerpo rota (cosas del flujo espacio-tiempo). Para evitar el descalabro y por simple diversión se instalo un cilindro de hierro que al mismo tiempo que sujetaba el techo sirvió durante un tiempo de bajada rápida al estilo bombero.

La casa se fue poblando de un elenco de personajes de todos los tipos, formas y adicciones. Llegado a cierto punto me largue de allí, preveía que aquello tenía que estallar en algún momento y así fue. La policía entro y dejo la casa hecha una ruina. En la ruina que quedó se instalaron con el tiempo un grupo de toxicómanos a los que por alguna razón nadie expulsó nunca. Una noche debían de tener mucho frió y encendieron una hoguera para calentarse en mitad del salón. Ahora cuando paséis por delante de una casa donde aun se puede ver la palmera quemada sabréis que una vez fue el refugio de unos niños perdidos. Por cierto, no se si será verdad pero alguien dijo que esa fue la casa donde vivió Blasco Ibañez.


Comentarios

  1. Maravilloso Carlos querido. Has retratado muy bien y de una manera incluso graciosa lo que fue el tiempo allí. Hiciste que se me pusiera la piel de gallina, yo era uno de esos ninos perdidos y gracias a este texto volví a recordar esas noches dando vueltas con la bicicleta por valencia hasta las 4 de la manana, mientras el mundo entero dormia, o a la luz de una hoguera al lado de la palmera haciendo sonar nuestra guitarra. Gracias

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