De viajes y virajes





Cuando vivía en mi caravana (una  Carabel de treinta y cinco años por lo menos) dentro existía otro mundo y al cerrarse la puerta me tumbaba en la cama y podía imaginarme que estaba en cualquier lugar que hubiese visitado, que al abrirse la puerta amanecería en fisterra o en los bosques de las landas. Podía imaginarme que al abrir la puerta estaba en Valencia y me iría a dar una vuelta por Benimaclet, compraría unos plátanos en el pakistaní y luego conocería a algun poeta interesante en el Kafcafé. Quizá al abrirse la puerta estuviese en Monsanto y yo aun no lo supiera. La caravana ya no esta y sin embargo sigo haciendo algo parecido. Hoy he abierto los ojos y los he vuelto a cerrar imaginando que correteabas por el pasillo:


-Dale, vamos, Carlos sos un perezoso de mierda, tenemos mucho que ver, no estaremos acá siempre, dale, déjate de joder osezno-.
Y me despiertas poniendo los redondos a todo volumen, luego me tomas de la mano y corremos hasta la esquina para subirnos al colectivo mugriento donde los asientos son desmontables e incluso han colocado uno en la ventana y aun no se bien para que.
Me viene el olor de Munro, como si alguien hubiese dejado el gas abierto o estuviese cocinando pizza todo el día.
Me paseo por Puerto Madero tratando de ver algo porque tu vas como una loca enseñándome mil cosas a la vez.
Me fumo un cigarrillo tranquilamente en el puerto de frutos del tigre mirando el río marronaceo, queriendo meter este país en una maleta y de pronto tu risa que lo envuelve todo me devuelve lentamente a mi cama.

Ahora si, abro los ojos, respiro profundamente y pienso que tengo que preparar la mochila porque se avecina otra vez un viaje inolvidable y no se aun que voy a meter dentro, pero aun tengo que pasear a mis dos lobas que me miran desafiantes porque saben que esta lloviendo.






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