La casa del árbol (sexta parte)







Allá que íbamos los tres, con las bicis, por los caminos de cabras que atravesaban las montañas y los campos, a las dos de la tarde de un agosto infernal. Se trataba de llegar a un pueblecito de treinta habitantes donde había un bar con un futbolin, el cual funcionaba metiendo veinticinco pesetas... nunca llegamos a aquel pueblo, que por cierto sigue estando en el mismo lugar y sigue teniendo treinta habitantes veinte años después. Como decía, nunca llegamos. Por el camino, en mitad de un campo de almendros encontramos una especie de iglesia abandonada, con sus altares y sus crucifijos. Lo único extraño era que los crucifijos estaban al revés y el suelo estaba lleno de páginas rotas, ladrillos, trozos de cristal y objetos variados. Caminábamos despacio sobre el suelo crujiente, en silencio, hasta que alguien dijo:

—yo creo que deberíamos irnos de aquí.

Para nuestra sorpresa se trataba de José Luis, que por una vez se encontraba terriblemente serio.

—pues no veo yo porque vamos a irnos... — dije subiéndome al altar.

De pronto los dos salieron corriendo y gritando como si estuvieran locos, así que salte y corrí también, mientras les preguntaba jadeando el motivo de tanto correr.

Apenas habíamos montado en las bicicletas cuando oímos un estruendo detrás de nosotros. Una de las paredes se había derrumbado, pero ninguno se detuvo a comprobar cual porque no paramos de pedalear durante media hora.

Debió ser el efecto de la deshidratación o algo así, nunca lo sabremos, de pronto José Luis se sentó en el borde del camino.

—yo me quedo aquí —dijo.

Parecía triste, miraba hacia los lados y se resistía a continuar. No podíamos abandonarlo allí, más aún cuando su bici se la habíamos prestado nosotros tomándola a su vez prestada bajo juramento de devolverla intacta. No podíamos volver sin Joseluis, tampoco sin la bici. Hacía mucho calor. Mi conciencia no me dejaba abandonar allí a mi amigo así que trate de convencerlo pero no había manera. Insistía en quedarse allí, "a esperar a mi padre" decía.

Finalmente tras varios intentos de diálogo, empujones y forcejeos, se levantó y decidió continuar. Avanzamos un rato y de pronto volvió a repetir la misma escena. Era desesperante. Esta vez mi hermano cogió la bici y se fue dejándonos allí, yo lo seguí, no teníamos agua ni comida, al cabo de un rato descubrimos que Joseluis nos seguía a una distancia prudente, no entendíamos aquel juego, pensamos que, efectivamente era una broma más, así que decidimos tenderle una emboscada y al doblar un recodo del camino fue bombardeado con naranjas. Tras esto, muy ofendido y lloriqueando anunció que ya no éramos sus amigos y que esperaría a su padre en el bancal.
Al día siguiente a la hora de siempre vino a buscarnos como si no hubiera pasado nada... algo tramaba...

¿O no?





Continuará...








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