La casa del árbol (cuarta parte)

Cada uno poseía escondido en algún lugar, un almacén secreto lleno de pirotecnía, esperando el momento oportuno, la gran gamberrada magistral. Cada uno trajo para la ocasión sus cohetes favoritos.
Allí estabamos, a unos diez metros de la caja de abejas, que en ese momento no parecían demasiadas. El plan era lanzar los cohetes y salir corriendo cuesta arriba aprovechando que las abejas huirian asustadas dejando el camino libre.

—¡Ahora!!! ¡Corred!!!! —exclame absolutamente convencido.

 Así lo hicimos, pero no corrimos demasiado porque tras las primeras explosiones una nube de abejas enfurecidas se elevó a unos tres metros del suelo y atacó a quien tenía más cerca. Adivinad de quien se trataba.

—¡¡¡Retiradaaaaa!!!


Yo corrí gritando enloquecido montaña abajo haciendo aspavientos con la cuerda mientras recibía picotazos en todas partes, el último tramo de hecho lo baje rodando. Cuando por fin, jadeante, me sentí medianamente a salvo, fui tomando conciencia de la realidad. A unos cinco metros de mi oí algo estremecedor ¡No podía ser! Si. ¡Era aquella risa desternillada que provenía de José Luis!. A él mágicamente no le habían picado muchas abejas, aunque su frente estaba más abultada de lo normal, pero a mí se me empezaba a hinchar el párpado derecho, el brazo, la mano, la rodilla... Mi hermano apareció justo en el momento en el que intentaba contener la risa de José Luis a base de puñetazos. No había forma de pararlo, estaba enajenado, casi no se le veían los ojos ocultos tras sus mofletes. finalmente iniciamos juntos el camino de vuelta a casa, cabizbajos, ceñijuntos, atribulados, pensando en que excusa poner para no recibir además la inevitable avalancha de tortas que se avecinaba. Entre el sonido de nuestros pasos se oían todavía semiapagadas risas a las que finalmente nos uniamos, picoteados y heridos en nuestro orgullo infantil. Al llegar a casa dijimos que había un avispero escondido en unas tablas, dudo que alguien se lo creyera.

La casa del árbol marchaba bien, no veíamos el momento de salir corriendo de casa para volver allí, por mi parte comía rapidísimo y sumido en mil ideas apasionantes, después me marchaba cargado con alguna herramienta indispensable bordeando a una distancia prudente la caja del mal.

Mi siguiente plan era construir una plataforma un poco más alto, en una de las ramas gruesas, a un metro y medio de la primera estructura. Para evitar problemas fijaría la primera base de madera con cuerdas que irían atadas a otras ramas superiores, de esta forma si se rompía la rama, la base quedaría suspendida por gruesas maromas de barco encontradas en el puerto.



Continuará...




Comentarios

Entradas populares