La casa del árbol (septima parte)






Había sido un día memorable. En un rincón de aquella caseta de aperos abandonada, aguardaban dos calabazas, varias berenjenas y algunas cebollas, que asaríamos en la hoguera que estábamos preparando en una de las esquinas. Nos sentíamos unos bandoleros fugitivos. Habíamos conseguido aquellas verduras desafiando a varios perros y uno de nosotros mostraba orgulloso a los demás, un mordisco en la nalga.



—Lo mas importante es que la hoguera sea pequeñita porque sino podría arder el techo —dijo mi hermano señalando al tejadito de cañas, aproximadamente dos metros por encima de nosotros.




Asar verduras en la hoguera era para el placer definitivo, poco importa que no tuviéramos sal ni aceite, todo sabía a aventura.

Habíamos avanzado bastante en la construcción de la casa del árbol, si todo marchaba bien, pronto tendríamos un tercer piso.

El fuego ardía en la esquina y varias cebollas colocadas en los margenes despedían un olor maravilloso. Hacía un rato que no veíamos a Jose Luis. nos preguntábamos donde estaría cuando entro con una gran bola de ramas, yesca, hojas y pinocha...




—¡ahora si que va a arder bien! —dijo




Se lo impedimos justo a tiempo. Si se hubiese salido con la suya habría sido imposible de apagar. Tras esto volvió a desaparecer.




La tarde caía. hablábamos de una posible ruta nocturna por el cementerio, cuando de pronto Joseluis volvió a aparecer, esta vez entraba andando de espaldas, de forma que solo veíamos su silueta.




—¿que haces Jose Luis? —pregunte extrañado




Todo sucedió demasiado deprisa, no hubo forma de detenerlo, cuando se volvió descubrimos que llevaba entre los brazos una bola de ramas muchísimo mas grande que la anterior y que en una milésima de segundo arrojo al fuego delante de nosotros mientras decía:




—¡¡¡¡Voy a hacer el infiernooooo!!!




Intentamos apagarlo de todas las formas posibles, incluso meábamos desesperados mientras Joseluis enloquecido reía frente al fuego.




Primero le golpeamos por lo que había hecho y para que dejase de reír, pero nos dimos cuenta de algo mucho mas terrible: no se movía de delante del fuego, tirábamos de él y era imposible moverlo, sus ojos y mofletes brillaban en una especie de trance. Finalmente lo sacamos de allí entre una nube de humo. El tejado ardía, no había otra solución que correr, y eso hicimos.




Corrimos hasta llegar a casa, entramos como si no pasase nada, negros de ceniza y humo, esquivando a nuestros padres, sin preocuparnos lo más mínimo por el estado de Joseluis. Lo primero que hice fue subir al tejado para ver a lo lejos el desastre. Una nube de humo negro salía de un campo de naranjos a lo lejos. Calculaba las opciones que había y llegue a la conclusión de que el tejado se hundiría sofocando el fuego. Pensando en ello y lleno de tristeza y temor por la montaña finalmente me quede dormido. Recuerdo a mis padres hablando tras la puerta de la habitación de un incendio en un campo. Yo rezaba en silencio para que el fuego se apagase. De pronto se puso a llover.





















Comentarios

Entradas populares