La casa del árbol (quinta parte)





En el pueblo cercano a la montaña, los niños ya habían descubierto nuestra casa del árbol y gracias a nuestro grupo de espías,formado por Clotilde, una anciana aparentemente sorda a la cual habíamos descubierto hablando desde una cabina telefónica y otros niños que a cambio de algunas revistas de Valeriano habían jurado su fidelidad eterna. Descubrimos que un pequeño grupo preparaba una ofensiva para dentro de tres días. Decidimos entonces preparar nuestra cabaña y convertirla en un fortín.

La primera medida de seguridad fue colocar a modo de escalón, otro falso escalón paralelo usando piedras en precario equilibrio, cebollas, pinocha y hojas secas entre el desnivel de un metro y medio que había naturalmente. De esta forma si alguien pisaba el escalón caería en medio de una avalancha inesperada. Como segunda medida decidimos sacrificar la escalera que subía por el árbol dejando algunas tablas sujetas con clavos muy finos. Aquel que intentase subir lo haría tranquilamente, hasta la mitad, después caería. Sabedores de que era probable que su furia se incrementase decidimos llevarnos lo más importante, herramientas, alfombras, el sofá... (y las revistas de Valeriano) para mudarnos a un árbol más grande que se encontraba cerca de un riachuelo.

El día indicado todo sucedió como estaba previsto, el grupo rival llegó, nosotros observábamos desde detrás de un escondite.

—¡Vaya cabaña de mierda!— dijo mirando a todos lados un niño con una clara tendencia a la obesidad, el pelo naranja y cara de cerdito —¡Ni siquiera tiene televisión!.

—¿Que hacemos? — dijo un chico moreno que parecía el más inteligente — esto me huele mal. No los hemos visto en todo el día y tampoco están aquí... Aquí hay algo raro.

—No digas tonterías, es imposible que se hayan enterado del plan... —respondió otro niño con una mochila de Dragon ball.

Empezaron a caminar lentamente hacia el árbol. A mi lado Jose luis era como un volcán a punto de reventar, yo intentaba contenerlo pero sabía que no podría hacerlo mucho tiempo más. De pronto explotó:


—¡Coooooookokokooooooook!!

Jose luis emitió un cacareo tan perfecto que realmente pareció que se trataba de una gallina. Tan perfecto que solo el más listo del grupo se detuvo, tratando de ver a lo lejos, tras la bola de arbustos lejana.

El resto del grupo siguió avanzando pero en lugar de pisar el escalón bajaron saltando.

—¡Mierda! — deje escapar en voz baja.

Finalmente uno de ellos intento subir pero a mitad del árbol se resbaló, se agarró al trozo de madera trampa y cayó sobre todos los que esperaban abajo.

—¡No sabes ni subir una escalera! —le espeto el chico con cara de cerdito —déjame a mí.

Este cayó de un poco más arriba y quedó lloriqueando en el suelo mientras sus amigos se reían de el. Finalmente decidieron apedrear la cabaña, rompieron ramas y finalmente cansados y frustrados huyeron no sin antes pisar la trampa salvaje que habían evitado al llegar.

—¡Cuidado! ¡Es una trampa!

Ya era tarde. Dos de ellos rodaron en una especie de alud de rocas, pinocha, cebolla y hojas.

Jose luis a pesar de mis intentos se reía peligrosamente audible y amagaba con iniciar un nuevo cacareo.

—¿Juanjo estás bien? — le decían a uno de los niños que parecía haberse golpeado con una piedra. —creo que se ha hecho daño.

Juanjo se levantó poco a poco y apoyado en los demás iniciaron la retirada. A lo lejos una mezcla de cacareos y aullidos se repetía incesantemente.


Continuará...




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