El visitante



La casa era antigua, la noche llegaba, sobre mis ocho años de vida se cernían las montañas que la rodeaban y por las que había caminado tanto durante el día, las palmeras, los almendros, los naranjos, parecían de pronto alegrarse por el frescor y soltar aromas secretos que se fundían con los de la tierra mojada, era verano. Entonces llegaba Antonio, el mejor amigo de mi Tío Julio. Antonio tenía una voz que llenaba toda la casa y que acunaba mi sueño, aunque yo no entendiese nada de la conversación. Mi tío lo preparaba todo con cuidado, siempre el mismo ritual, la misma calma, el mismo humo de aquel tabaco añejo, los mismos pasos por el camino, el sonido de la verja de hierro, los berberechos en la mesa y la televisión que apareció de pronto y fue cambiando de forma con los años, aunque el caso que le prestasen fuese siempre casi nulo. Su voz, su presencia sencilla y transparente, esas cosas que parecen no tener mucha importancia y poco a poco uno va descubriendo lo valiosas que son. Hace unos meses visite la antigua casa y allí estaba mi tío, lo que jamás imaginé es que presenciaría por última vez aquel encuentro, aquel rito de amistad sincera, de conversación lenta en la que los silencios también hablan, y los gestos, y el humo y los detalles, de dos amigos que no tienen nada que esconderse.
Hoy se ha ido Antonio, con quién yo tenía esta extraña familiaridad colateral y a quien de una extraña manera siempre he querido como si se tratase de un tío más. Por eso escribo estas tristes letras de despedida, adiós Antonio, fue un placer conocerte, te voy a echar de menos.

Comentarios

Entradas populares