Cuánto nos quisimos








—Estaremos juntos. Solo tienes que saber algo:
no me vas a cambiar.

Tras decir esto me besó. No estaba atardeciendo, ni estábamos en la Patagonia.
Era una parada de autobús. Transitaba la vida entre clases de Aikido y ecuaciones de segundo grado, aprendiendo a esquivar los golpes de un mundo incomprensible.

Ella era perfecta, en tanto no ocultaba nada y se reía de una forma inigualable. Ni su peso, ni mi acné, ni nuestro desastre neuronal adolescente eran un problema. Era bonito fumar juntos a la salida del instituto, o escondidos en el baño. 

A veces nos preguntábamos si llegaríamos a ser abuelitos estando juntos. Si alguno de los dos respondía de forma negativa tenía por lo menos que fingir marcharse y no volver.

Como regalo de cumpleaños me llevó toda la noche a bailar y a beber a la discoteca más horrible que he pisado nunca, pero por alguna razón todo eso era hermoso, el licor 43, las prostitutas bailando en la tarima. A pesar de todo en aquel momento había cosas que llevaban un tiempo, tardamos mucho en acostarnos y cuando lo hicimos aquello fue casi un ritual. Después ya no hubo forma de parar.
Nadie nos enseño como funcionaban las emociones y básicamente bailabamos juntos en su slackline.

A veces claro, nos enfadabamos y uno se marchaba en una dirección y la otra en la contraría:

—hasta nunca

Dábamos la vuelta a la manzana y volvíamos a a abrazarnos como la primera vez y por supuesto a hacer el amor salvajemente, como el día anterior, y el anterior, y el anterior... 


Es verdad que estábamos locos, que perdíamos el control, que éramos unos delincuentes en potencia, que no teníamos moral, que el futuro a mí por lo menos me importaba lo mismo que los preservativos que lanzábamos por el balcón.
Es verdad que éramos insanos, que comíamos quince veces al día...


Pero qué bien lo pasamos, cuánto nos reímos, cuánto nos quisimos.

Aquel amor duró lo que tardó en llegar un viejo cargado de relojes, a los que dio cuerda frente a nuestra puerta, y que nos perseguía entonando un encendido discurso sobre la salud. 

Yo seguí cantando en todas partes, a pesar de que ese viejo me repetía que me comportarse como un adulto.

Nunca me convenció, pero a ella sí. Aquella vez nadie volvió de dar la vuelta a la manzana.

Comentarios

Entradas populares