Mi amigo el farero



De niño mi padre me contaba historias sobre los fareros de los bosques. Vivían al sur de Francia. Los faros formaban un triangulo de miles de kilómetros y así se controlaban los incendios. Allí arriba, seguramente menos solitarios de lo que imaginamos vivían los fareros. En mi opinión, un nuevo tipo de humano, que consciente de la importancia de conservar la naturaleza, incluso mas allá de sus propios deseos, pasaba sus días, probablemente sintiendo cierto vértigo al pensar por un momento en alguna noche de tormenta, cuantas vidas. microscópicas o enormes dependían de su trabajo. Yo creía que este oficio tan necesario había desaparecido, que el ser humano en su estupidez infinita había prescindido otra vez de una figura necesaria. Sin embargo en mi inmensa fortuna de pronto tengo un amigo farero. Mi amigo y sus ojos verdes tan profundos, como si la naturaleza le hubiese dado un trocito de ella para ver mejor entre las hojas. Su piel es del color de la tierra y tiene una voz calmada como un susurro de  brisa al atardecer entre las cortezas de los robles. Cuando camino con él, señala aquí y allá las edades de la piedra, los nombres y milagros de las plantas que crecen al borde del río. Incluso cuando no está, alguien comenta curiosidades que él dejo caer alguna vez. Es hermoso que en este mundo alguien te hable de venenos de peces, micelios, vientos... y la montaña cobre vida al tiempo que los pasos avanzan monte arriba. Es como caminar con ese tipo de profesor que retrata "la lengua de las mariposas, ese tipo de profesor antiguo, que se sentaba en una roca  después de repartir pan con chocolate, apuntando en su libreta cualquier detalle importante. Uno se siente un niño, se le esponja el cerebro de nuevo, los ojos se ensanchan y todos de pronto nos olvidamos de que los teléfonos existen.

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