Los amigos

Pensé que se trataba de las calles, aquellas de adoquines que adoré recorrer. Los balcones, los perros, los aviones y Pedrito en un cassette atravesando el tiempo. Pero llegaba entonces de muy lejos un niño, de ojos azules fijos, decididos, que abrazaba una guitarra y se me llevaba a darle vida a todo aquello, que de pronto se llenaba de humos y de chanzas, de zapatos de goma y de filosofía barata, se llenaba de labios en los litros de cerveza que corrían también calles abajo. Llegaban otros niños y otras minas pérdidas, con sus mochilas llenas de cuadernos. Parecía que era la plaza o la luna o el río, las teterías o en su ausencia las bombillas, las casas  vacías cuyo corazón incendiábamos. Parecía que estaba en los libros que nunca encontramos enterrados en las ruinas, parecía que estaba en las cuevas y puede que realmente estuviese en los palacios abandonados junto al Darroa, cuya puerta crujía mostrando los antguos azulejos, puede que la canción fuese verdad y que estuviese oculto en el fondo del mar.
Estaba en el corrillo que venía bailando su murguita y te tomaba del brazo sin preguntarte  el nombre. En el que tocaba al timbre de tu casa, para decirte que estabas raro, que puede que necesitases seriamente que alguien te sacase a bailar, que no podía ser siempre estudiando y la reputa que te parió y déjate de joder vení conmigo que todos se están casando y a vos no te voy a dejar que te hagas viejo. No eran los puentes, ni los coches, ni las drogas, ni el vino, ni las tablas tampoco ni tampoco el camino, las olas, la locura, todo esto lo hicieron hermoso, sin duda, mis amigos.


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