La peonza
Hoy vino a visitarme como otras veces el recuerdo de mi primera peonza, el cielo lluvioso y la mano de mi padre, el olor profundo de su perfume, la pequeña tienda oscura, el cuenco lleno de peonzas. Tenía que elegir una y no fue tarea fácil. Recuerdo la forma, la textura, el olor de la madera, la forma en que mi padre me enseñaba a usarla, el choque contra el cemento, mi alegría con algo tan pequeño. Era un tesoro de valor incalculable que yo llevaba al colegio dispuesto a compartir.
Ese juguete tan simple nos hacía situar la oreja a ras de suelo, calcular con precisión la trayectoria que sacaría a todas las otras peonzas del círculo trazado. Creo que de algún modo colocabamos nuestro propio gladiador en un hermoso coliseo imaginario, y llorábamos infinitamente cuando nuestro héroe era partido en dos, fulminado por un rayo, lanzado al olvido. Tras aquella peonza vinieron otras, todas las guardé y sin embargo no sé dónde están, encontrarlas ahora sería paradójicamente de nuevo encontrar un gran tesoro.
La sensibilidad de Carlos para hacer de lo cotidiano una vivencia entrañable.
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