Calma chicha

Hace unos años viví en una pequeña y vetusta caravana a remolque, que llevaba de aquí para allá con una igualmente anciana furgoneta de agricultor. En aquel momento los móviles no daban para mucho más que para tomar alguna que otra foto pixelada, además lo encendía y apagaba exclusivamente para recibir llamadas.
Me encantaba subirme a aquella loma nórdica, entrando por una carretera que ya comenzaba siendo bastante vertical, hasta situar mi casa rodante en un llano cerca de la cima. Recuerdo que la soledad allí arriba era enorme y la primera noche todos los fantasmas parecían zarandear mi caracol, cualquier tormenta era el fin del mundo. Sin embargo tras esa primera noche de soledad, el alma parecía acostumbrarse poco a poco. Había pensado a veces grabar a mis amigos hablando para poder dormir esa primera noche que siempre era terrible. Una vez sacudió la caravana una ventisca y pude dormir gracias a que me abrazé a mis dos perritas, con las que siempre viajaba. Daba larguísimos paseos por el bosque, cruzaba por las calzadas romanas que ocultaba y de vez en cuando topaba con algún pueblo perdido en la naturaleza, donde pese a mí curiosidad, evitaba inmiscuirme. Me sentaba al borde de los acantilados a observar el mar. Muy de vez en cuando me asaltaba la necesidad de ir a algún pueblo y de charlar con alguien, pero yo la observaba hasta que cambiaba de forma y se transformaba en alguien a quien yo extrañaba muchísimo. Un día lo vi con claridad: la nostalgia estaba estropeando muchas partes de mi viaje, había siempre una necesidad de correr, de abandonar rápidamente el claro del bosque donde me encontraba, de respirar más y más deprisa. Pasaron quince dias y descubrí un lugar donde pese al agua helada podía surfear de vez en cuando, y surfeaba solo y me decía a mí mismo que tenía que tener más calma cuando me atrapaba la ola debajo del agua. Cocinaba lentamente, con todo el tiempo para mi. Escuchaba el rumor de las hayas y de mi respiración, fundiéndose en eternidades.
Alguien me había dicho que si quería entender algo debía escuchar crecer la hierba y creo que a eso me dedicaba. Tenía un gran dolor en el corazón, alguien a quien esperaba eternamente, hasta que una mañana, en una playa desierta que de extendía hasta el infinito, vi con claridad que estaba tirando de una cuerda hundida en el océano, de una vez que tuve un barco y se hundió. ahora podía ver cómo sujetar aquello era la frontera entre la paz y el dolor, que soltandola se iría el pasado y caería en el temible vacío, pero sujetándola no tendría fuerzas ni atención para nada mas. Fueron unos segundos y de pronto la solté, para siempre. Quedé solo allí en medio del vacío, lleno de una hermosa e infinita paz, llorando y riendo bajo la lluvia fina que empezaba a caer, dando las gracias a todo lo que me había llevado hasta ese momento.
De esto me acuerdo ahora que tengo que estar un tiempo metido en un barco, flotando, a la espera de que el puerto me de permiso para desembarcar y se acabe de una vez la cuarentena.

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