Lléveme a Údula

 

Todos los dias abro un pez la boca, miro un toro la hora. Me indigno del viento y esquilo el escenario, le pregunto a la calle lo que falta en la mesa.

Escribo en pan mojado, surco el turno partido que me queda, como pajaro en tu habitación. Hay mañanas que deslizo un busto de calígula rumbo a la zona norte, no tengo prisa.

Esta calle no es de nadie pero tiene un gato de un solo ojo, un embudo dentro de un ladrillo por donde si te asomas hay a veces una iglesia Etiope y un pozo casi tapado por la hiedra.

Yo escribo siempre entre los yuyos, ajardinado entre los naranjos y la cicuta. Antilopendra, subo las verjas aletargadas de los palacios otoñados y les pido historias de leche y arcabuces a los azulejos. Los azulejos me señalan las paredes donde hay niños paloma que nunca soñaron sobrevolar el Morne.

Hay miercoles en los que incito a los lapices, flexado frente a la ventana y acabo dibujando cocodrilos.

Canción y aeropuerto, métrica y Tarot, laud sobre el tejado y a lo lejos la luz de Pamukkale en donde nunca me tomaste de la mano.






 

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