Poema de amor para una grúa




El viento mueve la grúa frente a la ventana: no hay operario, o acaso es un fantasma o me encuentro en el sueño de algun niño, cuya grúa de juguete se levanta sobre la arena de la playa, donde los infinitos se entrecruzan.

Al principio pensé que no sería agradable, pero poco a poco, sus triángulos extendidos, su matemático equilibrio, me calman.

La miro moverse como una veleta inmensa, suave y absolutamente silenciosa. A veces mira hacía aquí, luego me da la espalda metálica y sutil. De nuevo mis ojos buscan al operario:

alguien ha subido hasta esa altura y dirige alguna misteriosa operación —pienso.

Hoy esta quieta, detenida, bajo un sol de invierno a la potencia, atenta a alguna cosa, en una diagonal desconocida, a la que solo accedo subiendo hasta el tejado.

¿Me estare enamorando de una grúa? ¿Será un buen trabajo? ¿Que se sentirá allí arriba, alzando material de construcción? Sintiéndose en la entraña del robot, dirigiendo al gigante:

¿Me habré equivocado de trabajo? —pienso.


De ella cuelga desde hace dias una mesa enorme con dos ruedas, parecida al esqueleto de un elefante metálico, cuelga y se balancea. Las antenas son las únicas que parecen advertir todo el complot, ellas y algun poeta, con los ojos como platos dirigidos a ninguna parte, subido al tejado, esperando que el azul, de paso al universo. 



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