El timbre de Schrodinger

Bajo hasta tu calle, toco el timbre de tu puerta, sé que ha llovido mucho, unos diecisiete años, pero lo vuelvo a hacer, es como si activase la maquina del tiempo, como si no supiera que ya no estas allí. Te llamo desde el futuro y todo se detiene en el intervalo que pasa hasta que alguien contesta. En el fondo apuesto por un pliegue en el espacio temporal y que respondas desde el pasado, así te contaría algunas cosas que tú jamas creerías, imagino algo así:

—Amor soy yo, no abras la puerta, no bajes, escuchame bien, soy el Carlos del futuro, tengo algunas cosas que contarte... No, no me he vuelto loco y tampoco puedo subir, solo quería escuchar tu voz una vez mas, te amo tanto... No te enfades mucho con el Carlos que fuí ¿Sabes que en el futuro soy guitarrista y profe de yoga? Si si, claro que sigo escribiendo ¿Que qué es el yoga? Bueno pues ya lo sabras, anda ¿Que estoy ahí mismo viendo la tele espatarrado en el sofa? Deja que disfrute que luego todo se complica un poco. En el futuro eres aun mas increible y ¿Sabes que? Seguimos siendo amigos... Ya ya, bueno no es tan terrible.

. Lo cierto es que amo ese intervalo, igual que el silencio absoluto de esa calle, igual que la ruta que lleva hasta allí, tiene algo de mar abierto ese lugar de la ciudad, algo que me fascina que tiene que ver con tu risa retumbando en mi memoria, con una hermosa inocencia kamikaze. Hablaba de ese intervalo y de la espera en la que puede suceder cualquier cosa: de pronto alguien contesta, es una voz extraña, aspera, desconocida, que oigo apagarse poco a poco mientras me alejo sumergido en la noche, con mis manos de poeta en los bolsillos y la absurda idea de cruzarte cuando gire aquella esquina.

—¿Hola? ¿Si? ¿Quien es? hola quie... ho...