La casa del árbol (segunda parte)







Atrincherados tras aquella roca observamos como aquel anciano forzudo cargaba a la espalda varias bolsas llenas de trastos y emprendía el camino monte abajo.  Nos miramos un segundo, allí estábamos mi hermano, yo y Jose Luis, una especie de psicópata regordete en miniatura que por alguna razón  era nuestro mejor amigo.

—Bien, este es el plan— dije tratando de aparentar seguridad — uno de nosotros debe entrar ahí, pero primero debemos golpear a la puerta y asegurarnos de que no hay nadie más en el interior... José Luis tu eres el más valiente, por lo tanto... ¿Ehh? ¿José Luis?

—Mi madre me ha dicho que tengo que cuidar a mi hermana ¡Nos vemos por la tarde! 

José Luis bajaba por la pendiente contraria en dirección a ninguna parte, en una clara y cobarde huida, siendo interceptado rápidamente.

—Esta bien lo vamos a decidir tirando una moneda. Si sale cara tu golpeas la puerta, si sale cruz lo hará mi hermano.

Finalmente hubo un motín y tuve que ir yo a golpear la puerta, mientras a lo lejos oía unas risitas apagadas tras una roca. 

—¿Hola? Toby ¿Estás ahí? 

No hubo respuesta. Empujé la puerta y tras una débil resistencia finalmente se abrió. Las risitas se apagaron definitivamente. En el interior encontré algunas herramientas, útiles de aseo, un colchón, una navaja, una cartera y un montón de revistas porno de las cuales sustrajimos rápidamente algunos ejemplares.

Por alguna estúpida razón le robamos la cartera... Cogimos un martillo, una navaja y nos fuimos. 

Aquella noche no pude dormir.

—Pobre hombre — pensaba — mañana iré a devolverle sus cosas.

A la mañana siguiente volví a subir la montaña y como ya conocía el nombre del anciano, una vez estuve cerca de la casa grite:

—¡Valeriano! ¡Sal que hemos encontrado tu cartera!

Al cabo de un par de gritos más Valeriano asomo por la puerta.

— ¡Menos mal! Creí que la había perdido en la montaña... –dijo ajustándose las gafas— ¿Y tú de dónde has salido?

—Estamos haciendo una casita en un árbol cerca de aquí.

Valeriano se sentó a mi lado:

—Este es un lugar especial, pero tenéis que tener cuidado con los cazadores y con los escorpiones... Al menos ya no hay tiros, aquello terminó hace mucho.

Me contó algunas historias de la guerra, luego se despidió y volvió a su casita, cerró la puerta y yo bajé montaña abajo imaginándome que era un soldado desertor, que huía a través de los barrancos. A lo lejos vi venir a un niño del pueblo. Me escondí y cuando estuvo cerca le dije con la voz más grave que pude:

—¡Deténgase! Está usted entrando en una zona prohibida. Si da un paso más abriré fuego.

El niño se detuvo tratando de averiguar de donde provenía la voz.

—¡Este es el campo de mi abuelo y como te coja te vas a enterar de lo que es una zona prohibida!

—¡Abran fuego!

Desde detrás de unos arbustos empezaron a llover una mezcla de piedras, trozos de corteza y algarrobas que impactaron directamente en el supuesto invasor. Este lejos de amedrentarse inicio un contraataque al arbusto armado con naranjas y un azadón.

—¡Retirada!

 Corrí entre los naranjos hasta que lo hube perdido de vista. Aquel encuentro generaría con probabilidad una incursión en la casa del árbol. La guerra había comenzado.





Continuará...




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