Pelando patatas

Entro en ese bar. Donde hace casi veinte años caíamos en tromba todos los chavales, a pedir el bocadillo de patatas. Costaba ciento veinte pesetas el mediano, doscientas el grande, y sabía a gloria, pipas y ducados, era mejor que el de la cafetería del instituto. Entro en ese bar y ese hombre sigue ahi, pelando patatas, como un ritual. Pido un bocadillo. Ahora cuesta unos dos euros (tampoco ha cambiado tanto). En una pared hay una pequeña fotografía, es él hace unos treinta años y efectivamente, esta pelando patatas. Es el lugar idóneo para reflexionar acerca del tiempo y tomar una postura existencialista, pues alrededor de uno puede observarse el resultado de las acciones vitales a largo plazo y en diferentes etapas. 
—¡Cántale una canción al Maqui!— dice refiriéndose a un tertuliano habitual de aquella barra, que casualmente ese día no esta allí  ¿tu te acuerdas de él? pobre Maqui... se murió con setenta y dos años, ¡siete pajas al día se hacía el muy cabrón! —me suelta de golpe.
Tengo un amigo de quien siempre me acuerdo cuando vengo aquí, con quien conversábamos acerca de esos bocadillos. Siempre que voy recuerdo su advertencia: —Están muy buenos pero tu solo evita mirar hacia el microondas, en serio, no lo mires—. Hay un anciano que juega a las tragaperras, absolutamente absorbido. Yo creí que esas maquinas ya no existían. Este lugar esta lleno de cuadros, muy trabajados, muy hermosos, que él mismo pinta o pintaba de vez en cuando. No puedo mas que alabar sus pinturas, de todas emerge un alma oculta que como una paradoja allí está, bien a la vista: 
—A mi me habría gustado ser pintor —dice cuando me descubre abstraído en una barca flotando en lo que parece alguna isla griega— pero me puse a trabajar y aquí sigo... a ver si cuando me jubile sigo pintando.
 Mi mente viaja irremediablemente hacia mi amigo Joan, rodeado de libros, soñando con ir con su guitarra cantando de pueblo en pueblo, varado en un eterno domingo de mercado, siempre dejando de fumar, habitando su buhardilla medieval. Pienso en aquel chico de Barboles que quería conseguir una caravana y viajar, que amaba a alguien pero era incapaz de decirle una palabra acerca de sus sentimientos. Me viene a la cabeza un amigo del cual me despedí hace muchos años, que se marchaba a India caminando, ¿Habrá llegado ya?. Pienso en Aureliano haciendo pececitos de oro y en el hombre del bar pelando patatas. También de pronto en Perico junto a la fuente, contándome como atracar un banco sin dejar huellas ni matar a nadie. Me acuerdo de Mario, piedra a piedra levantando una casa en una playa remota, lo que contestó cuando le dije si pensaba venir conmigo a la fiesta allí abajo, en la orilla:
—Hoy fui al pueblo a comprar comida, baile en el desierto con esos locos que desde hace días están allí, luego volví, tocaré mi Yembe para despedir al sol y descansaré, no le pido mucho a la vida. 
Yo me marché poco a poco con esa frase pululando alrededor, hacía las hogueras.
Cada cual tiene su sueño y mientras llega o no, pela patatas.

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